En el corazón del bosque amazónico boliviano, donde confluyen los ríos Madre de Dios y Beni, la comunidad de Buen Retiro, en Riberalta, decidió cambiar su destino. Allí, el asaí fruto silvestre de tonos violetas dejó de ser solo alimento tradicional para convertirse en apuesta colectiva: conservar el bosque y abrir paso a la bioindustria.
Era un martes de agosto y la planta de procesamiento de asaí estaba en silencio. Afuera, las palmeras mostraban las huellas del fuego: flores que no cuajaron, racimos secos y troncos vencidos. Dentro, Birginia Justiniano, de 28 años, recorría las salas con la seguridad de quien domina cada máquina. “Este año no hay fruto en Buen Retiro. Los incendios nos destruyeron todo”, lamenta.
En 2024, el fuego arrasó casi tres millones de hectáreas en el Beni , según Fundación Tierra. Solo en Riberalta, 104 mil hectáreas ardieron y 73 comunidades resultaron afectadas. La producción en Buen Retiro cayó 90%, golpeando a quienes apostaron por un modelo distinto al extractivismo.
Bioindustriales
En 2018, ocho mujeres y seis hombres fundaron la Asociación Agropecuaria de Productores de Majo y Asaí de Buen Retiro (Aagropama BR). Al inicio elaboraban jugo artesanal que Birginia machacaba en un tacú, vendiendo apenas 50 botellas en Riberalta. Hoy protegen la palmera antes talada para palmito y aprovechan sus frutos sin derribarla.
“Yo decía: vamos a ver qué pasa. Ahora veo que sí funciona, que sí podemos”, afirma Birginia. Mientras los hombres recolectaban, las mujeres se dedicaron a transformar el fruto y abrir mercados. En 2023 inauguraron una planta bioindustrial con capacidad para procesar 3.000 kilos diarios. “De poco hicimos mucho. De botellas a toneladas, de tacú a máquina”, resume Sandra Justiniano.
La bioindustrialización cambió sus vidas. “Ya no molemos todo el día. Podemos estar con nuestros hijos”, dice Asteria Divibay. Hoy saben que se trata de más que producir pulpa: es abrir mercados sin destruir el bosque.
El asaí es un superalimento rico en antioxidantes y grasas saludables. Pero no se trata solo de economía: como otras palmeras amazónicas, libera humedad que regresa en forma de lluvia, sus raíces bombean agua subterránea y de sus frutos depende una cadena de vida que involucra aves, murciélagos y jochis. “Hoy la cuidamos, limpiamos la maleza para que crezca”, cuenta Sandra.
El bosque vivo y el arrasado
El contraste es evidente en la provincia Vaca Díez: Buen Retiro conserva 18.000 hectáreas de bosque, mientras en esa misma región se perdieron casi 97.000 en 2024. Frente a la devastación, las comunidades impulsan planes de manejo que combinan conservación y producción de castaña, asaí y majo.
Cada año, entre julio y octubre, los bosques arden por la expansión agrícola y ganadera. En 2024, el humo arruinó la floración del asaí y Aagropama vendió apenas 45 toneladas de pulpa, lejos de las 80 logradas un año antes.
El asaí se convirtió en símbolo de transición: abandona la lógica extractivista y abraza un modelo que busca regenerar el bosque y sostener la vida comunitaria. “El bosque nos da todo: agua, aire y comida. Si lo cuidamos, nos dará futuro”, reflexiona Birginia mientras desgrana frutos.
El fruto morado también es memoria y esperanza. Para estas mujeres, cada racimo salvado del fuego significa que sus hijos tendrán un bosque vivo y un lugar donde crecer. Su desafío no es solo producir, sino demostrar que la Amazonía puede sostenerse sin ser destruida. Y en ese empeño, el asaí se volvió más que un alimento: es una bandera de resistencia y de futuro.
El relato de Buen Retiro revela que la Amazonia no está condenada a la pérdida. Cuando las mujeres organizan, innovan y defienden lo suyo, nace un camino distinto: uno donde el bosque vale más vivo que muerto y donde cada palmera se convierte en promesa de dignidad y porvenir.
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